RESPUESTA AL PADRE IRABURU
Al artículo que publicara en su blog Reforma o Apostasía, bajo el título El Papa Francisco y el Apocalipsis, el
24 de marzo de 2013. Puede leerse en: http://infocatolica.com/blog/reforma.php/1303231025-el-papa-francisco-y-el-apocal
Por Antonio Caponnetto
“No
puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente”
San Pablo,1 Corintios 2,14
“No
es que no puedan ver la solución. No pueden ver el problema”
Chesterton
1.-Dos medidas de tiempo
Exactamente el 20 de marzo hice circular una nota titulada Recen por mí. A propósito del Nuevo Pontificado.
En la nota se hace referencia visible a unas expresiones de Francisco vertidas
el día 18, y a su homilía del 19, pronunciada con motivo de la asunción formal
a la Silla de
Pedro. Demoré deliberadamente una semana para darle forma a mis reflexiones,
pidiendo el consejo de varias personas prudentes en el entretanto, y aclarando
de modo expreso en la
Introducción , que hacía públicas tales palabras “ siquiera
provisoriamente y sin mengua de futuros retoques a cuanto ahora escribimos”.
Bastaba una lectura elementalmente
comprensiva de la nota para darse cuenta de ésto que decimos. O menos aún,
bastaba con mirar el calendario de los distintos sitios de internet en que
comenzó a difundirse el escrito de marras.
Pero el Padre José María Iraburu no
hizo ninguna de las dos cosas. Y en su destemplada respuesta a mis opiniones,
utiliza en más de un pasaje, como argumento descalificatorio, que manifesté
aquéllas “en seguida de la elección del Papa”, “a los dos días de la elección
del Papa”, o expresiones equivalentes. El propósito, por cierto, es acusarme de
impremeditación.No se percata de que conozco a Jorge Mario Bergoglio hace más
de veinte años.
Le corregí de inmediato el error posteando la aclaracion en su blog e
instándolo a una caballeresca disculpa. No por el dato en sí, que es
absolutamente baladí, sino porque si la incomprensiòn de mi texto existe para
los meros datos subalternos, tanto más existirá para la comprensión de los
argumentos sustanciales y complejos. El Padre Iraburu no sólo rechazó disculparse,
sino que –manos a la obra ya de la crasa cronolatría- sostuvo que “ los siete días primeros del Nuevo Pontificado son
un cortísimo espacio de tiempo para fundamentar los diagnósticos tremendos que
Ud. hace”.
No sé
qué desdoro puede implicar hacer un diagnóstico tremendo, ya que en buen castellano la palabra carece de
significación negativa per se, y aún posee una semántica ingénitamente
positiva. En Las elegías de Duino,
por ejemplo, tremendo o terrible es el calificativo utilizado
por Rilke para designar la presencia de los ángeles, “cuando el viento lleno de
espacio cósmico nos sacude la cara” con sus mensajes. Pero algo queda en claro:
una semana es un período indebido para que un simple mortal como yo establezca
humanos interrogantes sobre el nuevo pontificado. El Padre Iraburu, en cambio,
en el mismo tiempo transcurrido, ya sabe
que todo lo que hará Francisco de aquí y en adelante será óptimo. Sea que
provoque “una cierta evolución en la forma concreta
de los signos sagrados”, o que decida salirse “de la Capilla Sixtina ”.
“Nadie, pues, cuando el Papa Francisco realice los cambios que estime
prudentes, venga a calificarlos de atropellos a la Tradición o de ofensivos
distanciamientos de su predecesores”. Porque todo en él carecerá de mácula o de
humanísimo descuido, y “mantendrá
también en cuestiones menores una continuidad espiritual con las mejores
tradiciones de la Iglesia ”.
Dá gusto debatir con un profeta.
Es
más; un semana para que yo trace una semblanza objetable pero esperanzadora,
dubitativa pero promisoria, crítica pero sobrenaturalmente confiada, de un
hombre a quien conocí, traté y vi en acción, en forma cercana y directa,
durante veinte años, es un tiempo “cortísimo” para permitirme emitir un
diagnóstico. Al Padre Iraburu, en cambio, le bastaron cuatro días de
circulación de mi artículo, para saber que el mismo forma parte del “ siniestro
objetivo de dificultar al máximo a los fieles católicos tradicionales y a los
tradicionalistas la aceptación del nuevo Papa Francisco en fe y confianza,
caridad y obediencia”. En cuatro días sabe este hombre omnisciente que escritos
como el mío «colaboran con el Enemigo, que disfruta destruyendo el amor al Papa
y a la Iglesia
en el corazón de los fieles». Y lo sabe aunque reciba pruebas fehacientes en
sentido contrario.
El “siniestro objetivo”
Es curioso. Que haya un Papa apoyado
ostensiblemente por los poderes judaicos, masónicos, modernistas y marxistas,
por las cabezas del Nuevo Orden Mundial y por notorios cuan repugnantes
heresiarcas, no le merecen al ilustre
sacerdote español ningún comentario sobre “el siniestro objetivo”. Silencio
absoluto y ominoso al respecto. Que “el Enemigo” –con o sin mayúsculas, como se
prefiera- pueda, en consecuencia, disfrutar “destruyendo el amor al Papa y a la Iglesia , para sustituirlo
por un amor mundano al “Papa de todos, de la gente” o “Papa revoucionario o innovador”,como ya está
sucediendo, tampoco le merece el menor estremecimiento o repudio. La condena es
para nosotros, calificados como protagonistas
de un plan siniestro al servicio del Enemigo. ¡Nada menos! ¿Se da cuenta el
Padre Iraburu de la temeridad sumada a la falsía en la que está incurriendo?
¿Es consciente de que, si en el terreno de la moral está pecando contra el
octavo mandamiento: “non loqueris contra proximum tuum falsum
testimonium”(Ex.20,16), en el terreno del derecho incurre en calumnias e
injurias? ¿Avizora acaso que, aunque coloque el insuficiente paliativo de que
tal plan siniestro, superaría nuestras intenciones, en el mejor de los casos
nos está calificando de necios? Y en mi caso particular, puesto que a mí me
ataca, ¿cómo se conciliaría esta última posibilidad con “la calidad espiritual”
que me adjudica, tras editar unos oración que escribí con ocasión de la
renuncia de Benedicto?
No
acaba aquí su desmadre. Tras tildarme con las enormidades que acabamos de
transcribir, agrega que soy portador de “una gran falsedad”, de “una falsedad
intolerable” y de “críticas crueles que sólo sirven para denigrar al Papa”.
Empiezo a barruntar que el hombre que esto escribe no es el mismo que ha
pergeñado páginas notables, cuando posteando en su propio blog dice: “No
publicaré ningún comentario agresivo contra el profesor Caponnetto”. Está claro
que tal decisión se debe a que se reserva el monopolio de las agresiones hacia
mi persona. Aunque poco después, magnánimo, permite que muchos otros de sus
prosélitos me sigan ofendiendo. Poco duró la palabra empeñada del Padre
Iraburu. Se ve que la predicaciòn sobre la ternura del Papa Francisco no ha
llegado a sus oídos.
Interpelado
además por algún lector que –entre vituperio y chacota- le solicita
aclaraciones extras sobre el tema apocalíptico, acota el Padre Iraburu: “Sería
interesante, sin duda. Pero en este momento, en un marco mental como el que ha
creado el Sr. Caponnetto y otros que piensan como él, me parece altamente
inoportuno y no lo haré”. Acusado inopinadamente que he sido, con los más
graves cargos y con argumentos falaces, sometido al opinionismo anónimo de una
banda de indoctos a la que el Padre Iraburu dá libre cabida en su blog, la
parábola se cierra del modo más reñido con la ética: convirtiendo a la víctima
en victimario. El problema no es la andanada gratuita y arbitraria de dicterios
que se me ha lanzado, torciendo, incomprendiendo y mutilando el sentido de mi
nota, sino “el marco mental” que yo he creado al tratar
de defenderme. Sofisma ad misericordiam
en estado puro. Apliquémoslo a un ejemplo ajeno para medir sus consecuencias.
Discutiríamos sobre la parusía, por supuesto, pero dado “el marco mental”
creado por Jesucristo al defenderse de las acusaciones de los fariseos, es
altamente inoportuno hacerlo. Mejor sigámosle dando azotes.
Excomunión
No me
preocupa saber quién le enseñó lógica al Padre Iraburu, sino quién es su
maestro de caridad para tratar de este modo a los católicos alertas y
despiertos, que sin mérito alguno, y por el sólo hecho de haber vivido en la
ciudad natal del Cardenal Bergoglio, asistiendo a sus desquicios múltiples y
continuados desmadres, tienen todo el derecho y el deber de cumplir el
teresiano “ya no durmáis, no durmáis”.
Que la Iglesia esté preñada de
inmorales de toda ralea y de altos jerarcas portadores de las más gruesas
heterodoxias, burlando y violando el Magisterio Pontificio en forma
sistemática, tampoco es algo que turbe en la ocasión “el marco mental” del
Padre Iraburu. Ni una modesta coma reprobatoria contiene su artículo respecto
de aquella legión de clérigos y de obispos que ultrajan a mansalva la Cátedra de Pedro. Pero mi
posición, según sugiere, sería acreedora a la excomunión, de acuerdo con el
canon 1370,1, pues “si el que «atenta físicamente» contra el
Papa queda automáticamente excomulgado considérese la sanción que merece quien
«atenta espiritualmente» contra él, denigrándolo públicamente y difundiendo su
personal convicción de que es un amigo de herejes y un perseguidor de la
ortodoxia”.
“Pequeño detalle” al margen de que yo
no he dicho esto del Papa sino del Cardenal Bergoglio, sepa por lo pronto dos
cosas el Padre Iraburu. La primera, que el precitado Bergoglio “atentó
espiritualmente” contra los dos últimos pontífices en no pocas ocasiones
públicas. Principalmente al obstaculizar con todas sus artimañas, tanto la
aplicación del Motu Proprio Summorum Pontificum, como los criterios de dignificación
litúrgica propuestos por Juan Pablo II en la Redemptionis Sacramentum y por
Benedicto XVI en la Sacramentum Caritatis. Hay miles
de católicos argentinos, honestos y lúcidos, que no me dejarán mentir. Atentó
espiritualmente contra el Papado toda vez que desoyó la voz perenne del
Magisterio para aliarse con los adversarios más insolentes de Roma y condenar,
el 31 de diciembre de 2004, al puñado de católicos militantes que atacaron
virilmente la exposición blasfema de León Ferrari, montada grotescamente para profanar
al Papa y a la Iglesia.
Monseñor Bergoglio, además, no sólo no
sancionó canónicamente al obispo Monseñor Laguna, de la diócesis de Morón, en
ninguna de las ocasiones en que este prelado indigno contradijo groseramente a
los dos últimos pontífices, llegado al extremo de ridiculizarlos y de befarlos
en órganos de prensa abiertamente izquierdistas, sino que cultivó la amistad
con él, y despidió sus restos en la
Catedral de Morón, el 5 de noviembre de 2011, en un clima de
fervoroso panegírico hacia el prete felón que acaba de morir. ¿Por qué el canon
1370,1 habría de detener su efecto punitivo contra quienes de este modo, y
desde altísimos cargos, atentaron espiritual y moralmente contra dos Sumos
Pontífices, y contra el mismísimo Jesucristo?
Tener
en cuenta rectamente el pasado
Lo segundo que debe saber el Padre
Iraburu es que ningún mal se comete al recordar los pésimos antecedentes
históricos de la persona y de la larga gestión del ex Arzobispo de Buenos
Aires. Una cosa es -como lo dijimos en
nuestro escrito- establecer un hiato sobrenaturalmente esperanzador entre
Bergoglio y Francisco, sin condicionar el porvenir venturoso a lo pretérito
desdichado. Pero otra cosa es negarse
cerrilmente a publicar “aquellos
comentarios que denuncien los malos antecedentes del Papa actual”. Si lo
primero es virtud, lo segundo es ceguera. Esa que zahiere el Evangelio cuando
nombra a quienes “se les han
embotado los oídos y se les han cerrado los ojos”(Mt.13,1,15) Si suponer
que, de modo fatal, quien mal obró obrará mal siempre, es determinismo craso;
ignorar las lecciones del pasado, o más modestamente los ligamentos entre el
antecedente y el consecuente, es atentar contra la historia y la lógica.
Escuchemos
al Cardenal Jorge Mario Bergoglio: “El acercarse a nuestra historia tiene un
primer cometido: recuperar nuestra memoria[...]. No todo será luz en esta
trayectoria[...]. No todo será gracia. También los jesuitas son y han sido
pecadores. No han faltado tergiversaciones pecaminosas en su misión y, por
momentos, la fidelidad al pasado ha sido mezquino esclerotizamiento; y su
lanzarse al futuro no siempre ha estado exento de indiscreto vanguardismo. Y su
zigzagueante búsqueda de realismo no ha estado a veces carente de un
oportunismo acomodaticio[...]. Esta memoria que nos salva de ‘dejarnos seducir
por doctrinas varias y extrañas’ (Heb,13,9),nos ‘fortalece el corazón’ (ibid)”
(Cfr. Jorge Mario Bergoglio, Meditaciones para religiosos, Buenos Aires,
Diego de Torres, 1982, p. 11,13, 232).
Ya
que el Padre Iraburu se empeña en mostrarse como un defensor de estricta
observancia de todo cuanto roce la vida del cardenal argentino, bien podría
tomar este atinado consejo del hoy Papa Francisco.
Carencia
de probidad intelectual
He comenzado esta nota remitiendo a
los sitios en los cuales el lector interesado podrá acceder al artículo
completo del Padre Iraburu. Es lo que corresponde en cualquier debate honesto.
Mi objetor, en cambio, no sólo no ha hecho lo mismo, mutilando capciosamente la
letra de mi breve ensayo, y tergiversando por momentos el espíritu del mismo,
sino que, ante un pedido expreso de que diera a conocer la totalidad de mis
reflexiones ha posteado que no,
“porque no me gusta conectar a mis lectores con páginas-web
filolefebvrianas o sedevacantistas. Hay más de media docena que han reproducido
íntegro el artículo de Caponnetto.Está también, según me dicen, en el blog de
Cabildo, pero con mi PC no logro verlo”. ¿Tampoco
funciona en la PC
del Padre Iraburu la opción “copiar y pegar, para resolver el pedido de su feligrés transcribiendo íntegro en su propio blog el artículo original mío
que, según relata en un posteo, le
hicieron llegar desde Argentina?
No sé si el Padre Iraburu sabe que, a raíz de mi
nota, he sido atacado virulentamente por ciertos sectores sedevacantistas;
sobre todo por un tal Foro Católico,
desde el que un anónimo escriba intenta un par de estocadas parapetado tras un
brioso monitor . Pero curioso criterio el del Padre Iraburu. Apliquémoslo tal
como hicimos con el caso del “marco mental”. No recomiendo leer la Sagrada Escritura ,
porque no me gusta poner a mis lectores en contacto con historias extrañas,
como la de una mujer que seduce a un hombre, se acuesta con él y al final le
corta la cabeza...
De
esta falta de probidad metodológica, sumada a una ausencia de lectura atenta y
comprensiva, en virtud de la cual, el Padre Iraburu ni siquiera sabe darse
cuenta de la data cronológica de mi escrito, se siguen una serie de yerros, que
a vuelapluma enuncio. Digo yerros por modo más castizo de invocar a las
mentiras.
a)
-No es cierto que se pueda asentar apodícticamente que mi texto ha “causado en
no pocos católicos una perplejidad y angustia muy graves”. Entre la totalidad
de los católicos argentinos tradicionales
–para usar la expresión del Padre Iraburu- la angustia y la perplejidad muy
graves la ha causado el nombramiento del Cardenal Bergoglio como Papa
Francisco. Es ésto lo que realmente importa y lo que el Padre Iraburu
oculta,calla y disimula. Lo demás, me tiene sin cuidado. Los frutos de estas
primeras y acotadas opiniones mías, ahora en debate, han causado adhesiones y
rechazos. Agradezco enormemente la calidad de las primeras, y discierno la
procedencia y la finalidad de los segundos para sacar provecho. Cuando escribo
busco la complacencia de la
Verdad , no de las tribunas. Mucho menos las digitales.
b)-No
es cierto que mi nota sea “ejemplo y síntesis de los argumentos contrarios a la
elección del nuevo Papa”. A la elección del nuevo Papa ni me niego ni podría
negarme. Me rehúso en cambio a dos actitudes, que claramente quedan demarcadas
en mi texto. Una es a la desesperación –pecado contra la Esperanza- y según la
cual, nada bueno cabe esperar de Francisco. Otra es esa mezcla de memez y
cobardía por la cual está prohibido pensar católicamente que la profecía
apocalíptica pueda estar cumpliéndose ante nuestros ojos. Si no faltan motivos
para la esperanza con la primera hipótesis, tampoco faltan en el caso que fuera
la segunda. Porque entiéndase de una vez, con el Padre Castellani, que el Apokalipsis es un libro de esperanza, no
de terror. Si un Falso Profeta ocupara altísimo sitial religioso, lo último
no sería su victoria, sino el triunfo de Cristo Rey.
¿Y por qué, se preguntan algunos, pensar ahora
en esta posibilidad? Sencillamente porque hay signos, y signos lacerantes de
que algo atípicamente anómalo podría
estar ocurriendo en la Iglesia. Los
que niegan toda posibilidad parusíaca, no pecan principalmente de papólatras
sino de pusilánimes. No quieren siquiera pensar en el capítulo trece del texto
joánico, porque de ser cierto que ande cumpliéndose, se acaba la fiesta y
empieza la persecución desatada y la confusión horrenda. Y para sobrellevarla
hace falta algo más que andar escribiendo endechas apriorísticas e inconcusas
sobre todo candidato elegido por el Cónclave.
c)-No
es cierto que yo afirme que “los cristianos no
tenemos hoy conocimiento cierto sobre la elección del Papa Francisco, en tanto
‘los teólogos de la historia más eminentes’ dictaminen sobre tan gravísimo
asunto”. (Sólo el entrecomillado simple es frase literalmente mía). El Padre
Iraburu no sabe inteligir lo que lee, o al menos lo que de mí está leyendo.
Porque lo que he dicho y reitero, es que no seré yo quien pueda “discernir con
solvencia si el Cónclave que eligió al Papa Francisco estuvo iluminado y movido
por la inspiración del Espíritu Santo, como la fe nos lo señala; o si por
alguna razón que ahora ignoramos, los Cardenales electores fueron engañados,
resultaron objeto de alguna extraña manipulación, o cerraron su entendimiento a
la lumbre del Paráclito”. No seré yo, y mucho me temo que tampoco el Padre
Iraburu y sus clonados seguidores. Serán, en el mejor de los casos, “los
teólogos de la historia más eminentes”. No veo qué reproche puede formulárseme,
si en vez de buscar a los hermeneutas del Cónclave entre las páginas amarillas
de Corriere della Sera o del New York Times, sostengo la conveniencia
de escuchar a los que saben.
d)-Por
lo tanto,cuando afirmo lo que he escrito sobre el Cónclave, no estoy sosteniendo
“un gran falsedad”, como aventura irresponsablemente el Padre Iraburu. Estoy
sosteniendo y reclamando una necesidad elemental y clásica: que los sabios nos ayuden a comprender; que
nos orienten y guíen. Los hombres comunes solemos tener estos requerimientos;
somos mendigos de lo Absoluto, diría León Bloy. En el Olimpo Iraburiano,en
cambio, tamañas contingencias parecen ser innecesarias.
Acota
el Padre Iraburu: “ si fuera ésta [la de la necesidad de un discernimiento de
los sabios]una exigencia verdadera, tendría que decirnos cuántos años habrá de
esperar el pueblo cristiano a que se produzca ese discernimiento «histórico»
fidedigno. Y qué debe hacer mientras tanto”.
Pregunta moderna la del Padre
Iraburu, propia de una mentalidad cuantitativista. Ya dejola entrever en el
comienzo, cuando según peculiar logaritmo, una semana suya no es lo mismo que
otra mía, y cuatro días de publicada mi nota
valen más que veinte años de análisis
directo de una persona. Por lo pronto no entiende que la mía (mi referencia
a los teólogos de la historia) no es una “exigencia” sino una súplica.
Pregunta
moderna y sin embargo fechada en el tiempo oscuro de la confusión de los
apóstoles, cuando sin comprender lo que estaba desplegándose ante sus ojos, le
preguntaron al Señor: “¿Es éste el tiempo en que restableces el reino para
Israel” (Hechos 1,6).
No;
no se trata la mía de una pregunta planteada en el terreno de cronos, o que de cronos obtenga segura respuesta. Es una inquisición teologal que en
la Revelación
encuentra la mejor pista. Nos daremos cuenta por los frutos, por los
resultados, por los efectos, por las consecuencias. Nos daremos cuenta si
seguimos a rajatablas el consejo del Señor:
“cuando estas cosas ocurran, cobrad ánimo y levantad vuestras cabezas”
(Ls. 21,28).
En cuanto a lo que hay que hacer en “el
mientras tanto”, ya lo he dicho en mi nota, pero está probado que el Padre
Iraburu ha leído de ella lo que quiso, y ha entendido menos que un grano de
anís. Lo reproduzco, pues:
“En esa espera tensa nos acompaña una promesa,
un pedido y un ejemplo. La promesa es de Nuestro Señor Jesucristo. ‘Yo rezaré
por tí para que no desfallezca tu fe’, le dijo a su primer vicario, y en él a
todos sus sucesores. Si la Fe
no le desfallece y la conversión lo reviste con su gracia, habrá un bien para la Barca y aún para la Argentina.
El
pedido es el del mismo Papa Francisco, en su primera aparición; quien sin
olvidar su clásico “recen por mi”, agregó además el recemos los unos por los
otros. Oremus ad invicem. Éso hagamos.
Recemos recíprocamente para sostenernos en estos tiempos, tal vez
apocalípticos, sin el uso hiperbólico sino estricto de la palabra; y elevemos
en común la plegaria a la Trinidad Santa
para que nos permita discernir, sirviendo siempre a lo que es de Dios y
combatiendo con ahínco cuanto se le oponga, proceda de donde procediera. Si
fuera la hora de la luz, que nos dejemos envolver por ella, olvidándonos de las
tenebrosidades del pasado. Si en cambio éstas persistieran, que no desertemos
de la luz, como diría Thibon. No estamos llamando a la rebeldía ni a la
desobediencia, ni a dar por nula la autoridad pontificia, sino al recto
discernimiento[...]
Una
promesa , un pedido y un ejemplo, decíamos. El ejemplo es el de San Francisco
de Asís [...].No los halagos de los más perversos enemigos de la Cruz , que hoy forman fila
para congratularse y encomiarlo, sean los adornos del Papa Francisco. Sino
quellos rituales ‘que otrora abrían las compuertas de la aurora’. Y mejor aún:
las señales cruentas, abiertas y sangrantes del Madero. Porque la única revolución que necesita la Iglesia es en la acepción
que hiciera Chesterton de la odiosa palabra: dar la vuelta entera; que en este
caso no sería otra cosa más que regresar a las fuentes vivas, primeras y
fundantes de su Gloriosa Tradición”.
e)-No
es cierto que “prueba de ello” [en negrita en el original la palabra “prueba”,
y ello se refiere a que Bergoglio
asuma que debe dejar de ser tal para comportarse como Francisco] es el episodio
de la llamada telefónica a Buenos Aires, durante la cual pide que lo llamen
Padre Bergoglio, a secas. No uso este argumento como prueba sino que lo califico de “noticia menor”. Porque éso es, y no
pasa del plano anecdótico.Aunque otros llamados posteriores hubo repitiendo
exactamente la misma actitud. Entre ellos, uno a Gustavo Vera, Jefe de la ONG La Alameda, del que dá cuenta La Nación
de Buenos Aires,el 26 de marzo.
Pero
no hago este reconociminto al carácter meramente anecdótico de estos episodios
para atemperar la fuerza de mi relato, sino para que se advierta, por enésima
vez, la liviandad con que el Padre Iraburu tuerce mi escrito. Y digo que,
dolorosamente, no puedo atemperar en ésto la fuerza de mi relato, porque no
puedo dejar de ver,al día de hoy, más síntomas de que a Francisco le cuesta
sacarse de encima al hombre viejo.
Recibir
cálidamente al agitador marxista Pérez Esquivel, compartiendo sus ideales
ecumenistas –que no son precisamente los que supo predicar tradicionalmente la Iglesia- ; saludar
especialmente y de modo deferencial a un degenerado como Mauricio Macri;
ponderar la acción de los líderes latinoamericanos reunido con la corrupta
Cristina Kirchner, cuando sabido es que el grueso de aquéllos abraza el
socialismo sino la guerrilla homicida; hacer notar que sigue viva la amistad
con Clelia Luro, la escandalosa amante del obispo tercermundista apóstata
Jerónimo Podestá (cfr. La Nación , 26-3-13,
p.3),tender lazos de unión con todas las religiones, enfatizando desde el
comienzo los vínculos con mahometanos y judíos, no son gestos que puedan
incrementar nuestros fervientes y legítimos anhelos de un Papado y de un Papa
que tomen férrea distancia de tantas conductas desconcertantes,
desgraciadamente comunes en las últimas décadas.
El Padre Iraburu recuerda con razón el canon
1404, según el cual, “La
Santa Sede por nadie puede ser juzgada”. Pero la trágica
paradoja es que este canon no es invocado para fustigar a Francisco, que recibe
hospitalario y afable a los más funestos
enjuiciadores e impugnadores de la Santa
Sede , sino a aquellos que nos proponemos cumplir con nuestros
deberes de súbditos “golpeando y hociqueando al obispo para que nos dé la leche
de la divina sabiduría”. Y esta enseñanza de San Césareo de Arlés me la
comunicó personalmente el entonces Monseñor Bergoglio, en carta del 14 de
octubre de 1992, que he reproducido en mi libro La
Iglesia
Traicionada.
Guarda plena consonancia con lo que reza el canon (212,3), según el
cual, “los fieles tienen el derecho, y a veces incluso el deber,
en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a
los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia ”.
Tampoco
ayuda a percibir ese necesario abandono del hombre
viejo, la salutación de Francisco a los líderes de la comunidad hebrea,
fechada el 25 de marzo, en la cual, los felicita por la fiesta del Pesaj,
diciéndoles que “El Omnipotente,
que liberó a su pueblo de la esclavitud de Egipto para guiarlo a la Tierra Prometida continue liberándoles de todo mal y
acompañándoles con su bendición”. Algo distinto dice la Carta a los Hebreos (8,6-9):
“Mirad, días vendrán, dice el Señor, en que concluiré una alianza nueva con la
casa de Israel y con la casa de Judá, no conforme a la alianza que concerté con
sus padres el día que lo tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron fieles a mi
alianza, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. Consciente de este cambio pontificio en la
valoración del Pesaj, el gran y homenajeado amigo de Bergoglio, el rabino
Abraham Skorka, se apresuró a poner en evidencia que en “ésta, su primera Pacua
como Papa en Roma, pero sin lugar a dudas, con su corazón y mirada hacia
Jerusalén”, Francisco hace posible que judíos y cristianos busquen “ las sendas
que conllevan la dignidad del individuo” (cfr. La lección del Pesaj, La Nación , Buenos
Aires, 26-3-13, p.21). Esto será ahora la Pascua : una amalgama hebreocristiana en pos de la
dignidad del hombre.
Nada
de lo predicho, por supuesto, inclina la balanza de nuestro juicio a creer que
estamos ante la Fiera
de la Tierra ,
como enseguida deducirá el Padre Iraburu, pronto a atacar lo inatacable y a
defender lo indefendible. Pero sí nos inclina –y mucho más de lo que
quisiéramos- al recuerdo fresco y reciente del Cardenal Bergoglio tejiendo
estrechas amistades con todos; con todos los enemigos de la Iglesia , menos con los
católicos que combaten por la Realeza Social de Jesucristo. A
ellos -a nosotros,hablemos claro- siempre nos destrató con claros motes y
ademanes despreciativos. Abrazos, paces cósmicas y predicadas ternezas las
reservó de continuo para los otros.
f)-No
es cierto, por último,que yo haya “profetizado una bicefalía” en la Iglesia. Desde que Benedicto
renunció y sigue vivo como Papa Honorario, la tal bicefalía no necesita ser
profetizada sino observada; y para que el mundo entero la pudiera verificar
ambos pontífices se reunieron sin ocultamientos ni ambages. Que a nadie asombre
eclesiológicamente este insólito encuentro de dos Papas, y que sólo quede reducido
a una rareza histórica a la que se nos permite acceder, es una prueba más de
esa pérdida de los hábitos sacros que alguna vez denunciara el mismo Monseñor
Danielou. Porque el dilema vuelve a ser parusíaco, no administrativo o
canónico, como parece entender el Padre Iraburu. Es la famosa y necesaria
hermenéutica de la continuidad la que está en juego. La Cátedra de la Unidad ,como gustaba llamarla Jordán Bruno
Genta.
Y
este dilema exige, nuevamente, una perspectiva parusíaca; para saber si en los
últimos tiempos es posible que convivan dos Iglesias, como decía el Padre Julio
Meinvielle:la de la
Publicidad y la de las Promesas; o si se podría dar el caso
de la Iglesia
de Filadelfia imbricada en Laodicea, como ha estudiado con solvencia Federico
Mihura Seeber en su obra De Prophetia.
Por lo pronto –y en orden a registrar, no a
profetizar- esta dramática y eventual bicefalía, una frase consternante del
Papa Francisco ya fue dicha: él quisiera
una Iglesia pobre y de los pobres. Antes de él, por lo visto, no existió
tal cosa. Él es el nuevo axis mundi;
pero eso sí, con la modestia de un muchacho de barrio porteño. La verdad es que
“no hay Iglesia de los pobres, ni Iglesia de los ricos” –decía Juan Carlos
Goyeneche ya en 1970- ¡Hay Iglesia de los hombres redimidos por la sangre
salvadora de Cristo, derramada en la Cruz.
No hay Iglesia para las luchas sociales; hay Iglesia,
precisamente, para hacer esas luchas imposibles”.
El Padre Iraburu –con una tosquedad y
un prosaísmo alarmantes- se desentiende redondamente de estas cuestiones. El
suyo es el sofisma llamado wishful
thinking; optimismo desproporcionado o pensamiento ilusorio o apelación a
los deseos. La racionalidad y la realidad son sacrificadas en el altar del
voluntarismo feliz. ¡No hay ningún problema, señoras y señores!
¡Pasen y vean!. No hay crisis, ni eclipses, ni riesgos ni amenazas, ni Cristo
Adveniente tras las peripecias anunciadas; ni necesidad de discernimientos ni
de milagros. “Ahora empieza la primavera de la Iglesia ”, ha dicho
inverecundamente Monseñor Sandri. Por su parte,
a priori y bajo presunta ciencia infusa, ya sabe el Padre Iraburu que
todos “los cambios que estime conveniente [hacer Francico], de ningún modo han
de producir la bicefalía anunciada por el autor”, que soy yo. Es más, “Francisco
puede introducir en cuestiones formales cambios considerables, quitando y
poniendo, según la Iglesia
y las circunstancias del mundo se lo
aconsejen”. Curiosa e innovadora consejera ésta de las circunstancias del mundo. Creíamos haber leído algo rotundamente
contrario en el Evangelio. Pero de seguro es otro de mis “climas mentales” que
yo suelo introducir.
La falacia de la culpa por asociación
Consiste en
descalificar una idea o toma de posición, por haber sido sostenida por otra
persona o grupo que se juzga cuestionable o irrecomendable. Llamada también
falacia de las malas compañías, suele complementare con otra argucia denominada
sofisma genético. Las cosas o los pensamientos no son buenos o malos per se,
sino por un origen que se conjetura negativo.
De
tamaños despliegues contrarios a la lógica y a la ética se vale el Padre
Iraburu para atacar mi artículo. Por
eso, asocia un fragmento del mismo a un concepto de Monseñor Lefevbre, vertido
en 1987 o a unas declaraciones del Padre
Bernard Fellay – Superior General de la F.S .S.P.X- del año 2012. No importa que en estas
declaraciones se sostengan verdades evidentes, o se mencionen los mensajes de La
Salette , sobre los cuales, el mismo Papa Juan Pablo II se
expidiera en inmejorables términos en 1982. Lo que importa es no andar en
“malas compañías”. Que alguien le avise al Padre Iraburu que estoy un poquito
grande para asustarme por El Coco,
aunque lo pinte el maestro Goya.
El punto culminante de la inadmisible falsificación
y mutilación de mi escrito hecha por el Padre Iraburu es cuando escribe que “el
autor no afirma estar en sede vacante, pero sugiere la posibilidad. Si realmente la Iglesia pasa por ese
misterioso «Eclipse» que señala como posible, si la Sede de Pedro ha caído bajo
el poder del Anticristo, éso significa que la Cátedra romana está sede
vacante, pues un Papa hereje no es verdaderamente el Papa”. Recurro
nuevamente al esquema expositivo para aclarar mi posición:
a)-No
he afirmado ni he sugerido la vacancia de la Sede Romana. Otros lo han
hecho,y tendrán sus motivos, pero no es mi posición. Llamo Papa a Francisco,
señalo con objetividad y gozo las cosas buenas que ha dicho, quiero confiar en
que podrá sanear la Iglesia ,
declaro esperar “que todo lo santo y sabio sepa hacer”, y pido rezar por él.
Cito uno de los fragmentos de mi nota escamoteados por el Padre Iraburu: “No estamos llamando a la rebeldía ni a la
desobediencia, ni a dar por nula la autoridad pontificia, sino al recto
discernimiento. Sin palabras crípticas digámoslo ya todo: no podemos ni debemos
seguir al Cardenal Bergoglio. Si transfigurado en cambio por la plenitud de la
gracia de estado, ese pastor que conocimos se
ha convertido ya en el dulce Jesús en la tierra, se nos conceda el
privilegio de prosternarnos ante él”.
b)-La
metáfora del eclipse para aludir a la crisis de la Iglesia , no es mía sino de
Paulo VI, en una famosa Alocución del 30 de abril de 1972. El Padre Iraburu no
puede ignorarla, pues la cita expresamente en su libro Infidelidades de la
Iglesia , Pamplona, Gratis Date, 2005, p. 7. Y la vuelve a
usar en la página siguiente, tomada esta vez del Informe sobre la Fe
del Cardenal Ratzinger, para hablar del eclipse
de la teología mariana. La imagen, además, con o sin variantes, con la literal
palabra u otras análogas, fue repetida en infinidad de ocasiones, y la usó Juan
Pablo II en la Evangelium vitae(n.23). Cosas muchísimo más graves
que “eclipse” se dijeron, por boca de los pontífices, para explicar la tensión
que sacude hoy a la Barca. Recuérdese ,
a modo de ejemplo desgarrador, el texto del Via Crucis del 2005, en el cual, el
todavía Cardenal Ratzinger y poco después Benedicto XVI, sostuvo que “la Nave de la Iglesia hace agua por
todas partes” y que “la cizaña parece prevalecer sobre el trigo”. Similares
palabras usó en su alocucíon al clero romano, pocos días antes de que
abandonara el sitial pontificio, en febrero de 2013.
c)-No
he dicho –como torcidamente vuelve a interpretar Iraburu- “que si la
Sede de Pedro ha caído bajo el poder del Anticristo, éso
significa que la Cátedra Romana
está sede vacante, pues un Papa hereje no es verdaderamente el
Papa”. Midiendo y pesando una a una las palabras que utilizaba para mi escrito,
dije y sigo pensando que, en el peor de los casos, se podría cumplir en y con
el Pontificado de Francisco, la revelación apocalíptica que habla de un
Antiprofeta o Promotor del Anticristo. Me rectificaría ahora en una sola
palabra:peor. Porque si ha de
manifestarse el Anticristo en plenitud, de una vez por todas, y esa es la
voluntad de Dios, seguida de la promesa final de su victoria, éso no puede ser lo peor. Sino lo malo previsto y
necesario para que,al fin, irrumpa el Bien Supremo e Invicto.
Hay
una diferencia de grado, que en terreno tan delicado conviene respetar. No es
lo mismo declarar la vacancia de la
Sede y anunciar su caída bajo el poder del Anticristo
(interpretación Iraburiana),que sostener la posibilidad de que estemos viviendo
la revelación anunciada respecto del Falso Profeta, cuya misión sería propedéutica
respecto de la Bestia ,
pero no la Bestia
misma(interpretación mía).
No estoy sólo en esta torturante encrucijada. Monseñor
Eugenio Pacelli, quien
luego sería Pío XII, dijo en 1938: “Escucho a mi alrededor a los
innovadores que quieren desmantelar la capilla sagrada, destruir la llama
universal de la Iglesia ,
rechazar sus ornamentos, hacer que se arrepienta de su pasado histórico[...];
vendrá un día en que el mundo civilizado renegará de su Dios, en que la Iglesia dudará como San Pedro dudó”.
Pero para mi sorpresa absoluta, no
estoy solo en estas cavilaciones mías, porque de pronto -entre la urdimbre de
ignorancias sobre Bergoglio y de descalificaciones a mi persona que el Padre
Iraburu permite que se reproduzcan en su blog- el mismo Padre Iraburu, el 25-3-13 a las 4.46 AM, postea lo
siguiente: “Desde
las hondas profundidades de mi ingenuidad le diré que si en un Cónclave los
electores eligen a uno que es hereje, cosa que puede permitir Dios, no se
produce un Pastor necio, falso, precursor del Anticristo: sencillamente la
votación, aunque haya sido unánime, es nula e inválida. Hay ‘error in persona’.
No hay Papa. Hay sede vacante. Y ya la providencia de Dios verá los medios para
remediar el desastre, y asegurar un Papa verdadero en la Sede de Pedro, que es la Roca indefectible, sobre la
que Cristo edifica su Iglesia, aunque las fuerzas infernales atenten contra
ella”.
La
variante introducida súbitamente por mi impugnador, difiere en algo
substancial, pero concuerda en otra substancialidad que avanza mucho más lejos
de mis conjeturas, hasta ahora presentadas como reprensibles y pecaminosas por
el José María Iraburu. La discrepancia es que el Profeta de la Bestia , según el padre, no
pueda ser el más eminente de los dignatarios religiosos. Pero la dramática
coincidencia es que se pueda formular como hipótesis indeseable el “error in
persona”, causado por los Cardenales en el Cónclave, y que, en ese caso, haya
un usurpador o falsario en la
Silla de Pedro. Pero entonces, dos interrogantes al menos, se
hacen patentes. El primero es personal: ¿a cuento de qué tantísimos retos,
admoniciones, reconvenciones e injurias, si resulta que al final estamos
coincidiendo por donde comencé mi planteo? El segundo interrogante es de neto
cuño iraburiano, y reviste la forma de un irónico boomerang. Si “no hay Papa,
hay sede vacante, y ya la providencia de Dios verá los medios para remediar el
desastre”, ¿cuánto tendremos que esperar para que llegue el remedio reparador?
¿Cuándo nos daremos cuenta del fatal equívoco in persona?,¿ acaso el día que se
obligue a circuncidar a nuestros hijos, o el que se promulgue como undécimo
mandamiento ayunar en Ramadám?
Las herejías y el milagro
Según el Padre Iraburu “es inadmisible
afirmar que el Cardenal Bergoglio era un promotor de herejías, y que hará falta
un milagro para que sea un buen Papa Francisco[...]; el Autor,[...]difunde públicamente su convicción de que
hará falta un milagro para hacer del Papa Francisco un auténtico Sucesor
de Pedro, fiel Vicario de Cristo. Y eso es una falsedad intolerable”.
Agrega después: “La Iglesia no pasa por un
eclipse. No hace falta ningún
milagro para que el Papa Francisco sea un fiel Vicario de Cristo en
la tierra, pues éste es justamente el don de gracia que Simón recibió de Jesús
hace unos días para venir a ser Pedro[...].Dentro de la economía normal
de la gracia está que Cristo, eligiendo a Simón como cabeza del colegio
apostólico, lo transforme en Pedro. Por
eso mismo, no se necesita tampoco que el pueblo cristiano haga un
discernimiento acerca de la autenticidad del Papa Francisco[...]. La oración por el Papa y los Obispos está situada en el centro de
la Eucaristía
y del corazón del pueblo cristiano. Y estamos absolutamente
seguros –sin necesidad de hacer discernimiento prudencial alguno– de que el
Señor nos escucha y nos concede lo que le pedimos, porque así lo ha prometido:
‘lo que pidiereis [al Padre] en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo’ (Jn 14,13)”.
Demasidos errores en párrafo tan
prieto, obligan nuevamente al recurso escolástico.
a)-Lejos de ser “inadmisible afirmar
que el Cardenal Bergoglio era un promotor de herejías”, es un hecho tristemente
admisible y dolorosísimamente probado. Me siento eximido de fundar aquí aserto
tan duro, por haberlo hecho minuciosamente en mi libro La
Iglesia
Traicionada ,aparecido en 2010, y durante casi 14 años,
sistemáticamente, desde las páginas de la revista Cabildo, que tengo el honor de dirigir. A estas múltiples pruebas
que aporto no pueden ponerle freno ni el voluntarismo cerril del hombre de
Pamplona, ni su método sofístico del wishful
thinking, ni la falacia de la petición de principios. Si no fuera
inapropiado introducir un sarcasmo, diríase que la criteriología del Padre
Iraburu es la de aquel marido infiel del chascarrillo popular, que
sorprendiendo a su mujer in fraganti adulterio,
lo niega enfáticamente diciendo: ¡cómo mi esposa me va a hacer infiel si es mi
esposa! Estar enemistado con la realidad se paga caro.
Sólo me limitaré a poner un ejemplo para
los amigos de mi amada España,primeros destinatarios del brulote iraburiano y
que no tienen porqué estar al tanto de los penosos detalles domésticos de
nuestra apostasía clerical. El 11 de octubre de 2012, la Universidad Católica Argentina, presidida por el Cardenal Bergoglio,
le confirió el Doctorado Honoris Causa al Rabino Abraham Skorka, amigo personal
del alto prelado, a quien ya visitó y abrazó afectuosamante en Roma, una vez
convertido en Papa Francisco. Este rabino se presenta como discípulo de otro,
llamado Marshal Meyer, cuya “bendita memoria” (sic) exaltó en el mentado acto
académico, y exalta de continuo. Marshal Meyer, a su vez, fue un personaje cuya condición de
pederasta y corruptor de menores, no sólo fue probada en los estrados
judiciales (Buenos Aires, año 1971, causa 26.176, Sala V de la Cámara de Apelaciones en lo
Criminal y Correccional), sino que, y por lo mismo, significó la expulsión y el
repudio del reo por parte de las mismas comunidades judías del país. A la hora
de agradecer el doctorado, Skorka, quien también en su momento justificó la
legalización de las uniones sodomitas, agravió de diversos modos sutiles a la Iglesia Católica
y negó que Cristo fuera el Mesías. Todo sucedió con la anuencia, la promoción y
el aplauso del Cardenal Bergoglio, con quien acabó el deicida confundido en
prolongado abrazo.Pueden verse los detalles de este funesto episodio en http://elblogdecabildo.blogspot.com.ar/search?q=Rabino+Skorka
. No sé qué nombre recibirá en España este episodio. Aquí, y por lo pronto, no
podemos sino consignarlo como blasfemia contra la
Fe Católica , causado por la heterodoxia insensata del
judeo-cristianismo.
b)-
San Agustín define: “Milagro llamo a lo que, siendo arduo e insólito, parece
rebasar las esperanzas posibles y la capacidad del que lo contempla” (De
utilitate credendi, 16,34). Santo Tomás completa: “milagro es algo hecho
por Dios más allá de las causas conocidas por los hombres ( Suma teológica, I parte, q. 105, a . 7). A esto me refiero, a esto apelo, a esto me
entrego y en esto confío, cuando impetro y reclamo de hinojos que haga Dios
el milagro para que Bergoglio “ sea el buen Papa Francisco”. No estoy pidiendo
que los muertos resuciten, ni estoy desconociendo el carácer milagroso que
tiene de suyo la trasmutación de Simón en Pedro.
Hace
muy mal el Padre Iraburu al negarse a pedir el milagro de tan magna conversión. No sólo por el bien
inherente que toda conversión conlleva, ( y tanto más conllevaría en este
caso), sino porque, como bien enseña el Catecismo (n.548), “los milagros
fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre, éstas testimonian que
Él es Hijo de Dios”.
El
Padre Iraburu se rehusa a distinguir entre el milagro como don de la gracia que
lo transforma a Simón en Pedro; (y que nosotros no sólo no negamos sino que afirmamos expresamente en nuestro artículo,
en uno de esos párrafos que nos fueran omitidos), y el milagro en la acepción
que acabamos de ver, de las manos seguras del Aquinate y del de Hipona. Se
rehusa a distinguir entre el milagro que conlleva la gracia de estado –y en
cuya creencia, en este caso concreto de Francisco, insistimos en afirmar- y el
milagro de la metanoia, por el que un corazón de piedra puede convertirse en
uno de carne, según el Profeta Ezequiel (11,19). También la Eucaristía es un
milagro per se, la celebre el
sacerdote que la celebrare, en virtud de ese otro milagro –bellamente expresado
por Hugo Wast- de que esas manos consagrantes se transformen en manos de oro
por la gracia de estado. Pero si nos consta que el sacerdote está
empecinadamente extraviado y subvertido en su doctrina, nada mejor podremos
hacer que rezar por el milagro de su conversión.
Sí;
hace mal el Padre Iraburu en negarse a rezar por la plena conversión del
Cardenal Bergoglio. Unas páginas del notable Papini, a propósito de un poema de
Roberto Browning, y tituladas sugestivamente La conversón del Papa, refieren el caso literario de Aureliano,
quien arribado al trono de Pedro tras largos años de fingimiento y con
posterioridad al engaño al que sometió al Colegio Cardenalicio todo, fue
sujeto, de pronto, del milagro personalísimo de su conversión. “Y en aquel
instante”, relata Papini, “en aquella sala donde el nuevo Papa se había
encerrado, solo, para concentrar sus pensamientos y sus fuerzas, sucedió algo
que jamás fue conocido por otros, se realizó el inesperado y providencial
milagro: el pensamiento de toda aquella pobre gente que corría hacia él, que
creía en él porque había creído en sus palabras, ese pensamiento lo burló, lo
conmovió, lo sacudió y arrastró consigo. Experimentó un escalofrío, se sintió
agitado por un temblor, le pareció que una luz jamás vista invadía la gruta
oscura de su alma. Repentinamente se sintió inundado y vencido por una dulzura
aniquiladora jamás experimentada en su larga vida, por una ternura infinita
hacia todas aquellas almas simples, infelices y sin embargo felices, que creían
en Cristo y en su Vicario, y súbitamente, el nudo negro y gravoso de la
anhelada venganza se deshizo, se cortó, se disolvió en un llanto continuo,
desesperado, que le quemaba los ojos y el corazón, que consumía su interior más
que una llama viva. El nuevo Papa se postró sobre el mármol del pavimento, y
oró de rodillas, oró por vez primera con abandono total del alma, con toda la
sinceridad de la pasión, como nunca había orado en toda su vida. El viento
impetuoso de la Gracia
lo había derribado y vencido en el último instante. Hasta el mismo dolor del
remordimiento por su infame pasado de fingimiento, de engaño y duplicidad, le
parecía un consuelo inmerecido, un consuelo divino. Aquel dolor quemante lo
podría acompañar hasta la muerte, pero purificándolo, salvándolo de la segunda
muerte”. Dios es todopoderoso; y nosotros, repetimos, creemos en los milagros.
c)-
Es mentira que la iglesia no pasa por ningún eclipse, como entrando en burda
contradicción consigo mismo sostiene el Padre Iraburu, al sólo objeto de
descalificarme y de afianzar su optimismo vacuo. La Iglesia vive un proceso de
autodemolición, con el humo de Satanás merodeando sus entresijos, que es mucho
peor que un eclipse. La
Iglesia recibió, aún desde mucho antes del Concilio, la
advertencia de que ya podría habitar en este mundo el hijo de la perdición,
acechando nuestras vidas creyentes. Lo dice San Pío X en su primera encíclica,
del año 1903, E Supremi Apostolati.¿Cómo
llamar a un sacerdote, que al solo objeto de imponerse en un debate, afirma y
niega a la vez la existencia de gravísimas infidelidades en la Iglesia ?
d)-Es
contradictorio asimismo que el Padre Iraburu lance, con buenos fundamentos
teológicos, la posibilidad in genere
de una elección nula en un Cónclave amañado o torvo, y sostenga después que “no se necesita tampoco que el pueblo cristiano haga un discernimiento
acerca de la autenticidad del Papa Francisco”.
Por lo pronto yo nunca he pedido esto
último, limitando mi ruego de un discernimiento a los textos apocalípticos que
podrían arrojarnos señera lumbre en medio de tan inédita travesía. Pero así
como aturde que el Padre Iraburu se oponga a pedidos de conversiones y de
milagros, no causa menos estupor la negativa a pedir y a cultivar ese don
preciosísimo del Espíritu Santo, llamado entendimiento y que, según Santo Tomás(S.T,II,II,q.8), es el que permite que la
inteligencia humana,bajo la acción iluminadora del Paráclito, se haga apta para
una penetrante intuición de las cosas reveladas y aún de las naturales en orden
al fin último sobrenatural. Si algo necesitamos hoy es discernir, conjugando el
verbo en esta acepción teológica.
El Padre Iraburu, niega la
necesidad “de hacer discernimiento prudencial alguno”; esto es, y dicho sin
ambages, niega en tamañas circunstancias aciagas como la que no toca vivir, la
práctica de una virtud y la recepción de un don de la Tercera Persona ; y manifiesta
su seguridad absoluta “de que el Señor nos
escucha y nos concede lo que le pedimos”.
Por supuesto, pero siempre y cuando, y como también lo enseña Santo
Tomás, nuestra oración sea “ segura, recta, ordenada, devota y humilde”. Medio difícil de aunar todos estos
requisitos, si mi plegaria consiste en decir: “Te pido Señor que no imploremos
ni el milagro ni la conversión de un vicario tuyo crispado de extravíos en su
reciente y abultado ministerio público. Te pido además que no nos obligues a
discernir ni a recordar que tu Barca hace agua por los cuatro costados;¡ah!, y
de paso, Señor, te pido que acabes con el siniestro objetivo de un tal
Caponnetto, que se permite recordar tu revelación apocaliptica, tan luego
cuando se acaba el eclipse y asoma la primavera de la Iglesia ”.
La humildad y la
desconsagración
El
Padre Iraburu dice haber escrito en ocasiones, y es cierto, lamentando“grandemente
las pésimas consecuencias que trae la secularización del sacerdocio ministerial,
también en su apariencia exterior”. Pero como en el caso del eclipse, no es momento
éste para andar recordando esas cosas. ¡Nadie se atreva a tocar a Bergoglio! De
modo que otras enseñanzas se imponen, más bien de cuño historicista y
relativista. Por ejemplo, que “ se pueden eliminar tradiciones pontificias”,
que se puede dar “una cierta evolución de los signos sagrados” y que “modos
y gestos tradicionales en la vida de la Iglesia pueden y deben cambiar o eliminarse en el
tiempo histórico oportuno”, estando atentos, como vimos, “a las circunstancias
del mundo”. Las circunstancias del mundo y el tiempo histórico –el Siglo, diría
Hello- son ahora nuestros guías para medir el uso o el desuso de los signos
pontificales. El que piense lo contrario
–y según el Padre Iraburu, que no entiende nada al respecto, ése sería mi caso-
es un malvado que “formula críticas
crueles y falsas [que] sólo sirven para denigrar al Papa Francisco
gratuitamente”.
Vuelve
a ser curioso el criterio del Padre Iraburu. La crueldad y la falsía no
estarían del lado de quien irrumpe en la silla petrina trocando abruptamente la
pulcrísima majestad y dignidad litúrgica procurada por su antecesor, y poniendo
así en evidencia, de modo casi ingrato, que lo anterior le resulta desdeñable.
La crueldad y la falsía no estarían en quien introduce tintes plebeyos y
populistas en su conducta pontificia,incluyendo la de sostener la camiseta
futbolera del club de sus predileciones, o juntarse el 20 de marzo, en plena
Cuaresma, “a comer algo” en un salón contiguo a la
Sala Paulo VI, “y cantar tangos todos
juntos”, intercambiando regalos, risas, confianzudismos y fotos “con el gordo” Juan Manuel Olmos,
político vil, integrante en el año 2011 de la lista kirchnerista Filmus-Tomada, que propiciaba
abiertamente un ideario pro cultura de la muerte y revulsivamente anti
católico. No; nada de eso –que puede constatarse en todos los medios locales
del 21 de marzo- es crueldad y falsía. Sólo lo mío.
Le
diré algo al Padre Iraburu, si está en condiciones de comprenderlo. Mi
preocupación no es la silla gestatoria, el palio, la museta o el camauro.
Tenemos por seguro que por ningún cambio accidental, como bien dice, se
desmoronará la Roca ;
y en lo personal, de mí sé decir que en materia de gustos prefiero la augusta y
solemne austeridad monacal al desborde barroco. Tampoco creo que el semper idem de la Iglesia consista en
mantener perennemente los “flabelos, la capa magna con una cola de cuatro o cinco metros,
sostenida por un caudatario,
el besapiés del Papa”. Todo esto que Iraburu enumera como modificable, y que
–sobre todo el besapiés- más se adapta a su actitud mental de idolatrar a la
persona del Papa, que a la mía, no es el motivo central de mi combate.
Mi preocupación es
teofánica y parusíaca a la vez. Con lo que queremos decir que si se multiplican
los gestos de aseglaramiento, secularización, minimalismo simbólico,
disminución de la majestad regia, desjerarquización y populismo, la conducta
pontificia más se asemejará a una ceremonia de auto-desconsagración que a una Vicaría terrena del Rey de Reyes. Si
tanto le incomodan a Francico los atuendos preñados de sacralidad , los
legítimos talantes regios o los ritos más raigales, no es al pueblo fiel al que
dejará conforme. Porque ese pueblo fiel –aunque hoy esté compuesto por una
puñado ínfimo de hombres lúcidos- no quiere que el Papa sea uno más que tome el
colectivo con ellos. Quiere que sea un egregio. Un Papa democrático –y he aquí
el sentido parusíaco de nuestra inquietud- más se acomodaría aún a la figura
del Falso Profeta.
No
sabemos, además, a quién se quiere impresionar con esta seguidilla de gestos
abruptamente diferentes a los de sus antecesores. Si es al mundo y a los multimedias,
ya están arrobados desde el minuto inicial en que inclinó la cabeza ante la
multitud pidiendo rogativas antes de bendecirla; esto es, horizontalizando
antes que verticalizando. Pero si es a los católicos serios y formados, cuanto
ha hecho hasta ahora Francisco en materia de humildad y de arrojo es nada, comparado con un León Magno, en
sandalias, desafiando con su solo pellejo al energúmeno de Atila o de
Genserico, en las puertas de Roma, o a San Ponciano Papa, desnudo y sangriento,
trabajando como un galeote en las minas de Cerdeña, para morir después
martirizado.
Acaso
sea el momento de repasar aquel consejo dado a San Francisco Javier, que en el El Divino Impaciente, José María Pemán
puso en la boca de San Ignacio:
"...
No exaltes tu nadería,
que entre verdad y falsía
a penas hay una tilde,
y el ufanarse de humilde
modo es también de ufanía”
que entre verdad y falsía
a penas hay una tilde,
y el ufanarse de humilde
modo es también de ufanía”
El
último sofisma del Padre Iraburu
Ya
usó unos cuantos el hombre, como hemos visto; de modo que uno más, a modo de
estrambote, no podía faltar. “El sr.
Caponnetto” –sostiene- “por muy católico e intelectual que sea, no es quién para afirmar en público que
tal obispo es un hereje”. Lo que ha hecho “es una barbaridad nefasta[...]y he
argumentado suficientemente mi posición ,que no es puramente ‘mía’, sino compartida
por la inmensa mayoría de la Cristiandad , Obispos y
fieles católicos”.
Falacia ad hominem potenciada con la del mayoritarismo. Combinacion
más revolucionaria imposible.
Pero
tiene razón el Padre Iraburu: yo no soy quién. No soy como él, nimbado de dones
preternaturales para decir cuanto se le ocurra. Falla en la homousia que no puedo subsanar.
Por
cierto que no soy quién. El pequeño inconveniente de este burdísimo sofisma ad hominem es que aquí no está en debate
ni mi rango ontológico ni el de él, sino la Verdad. Y
Veritas, a quocumque dicitur, a Deo est.
Mientras no logre probar que falto a la Verdad , y no lo ha logrado en ninguno de los
puntos en cuestión, no intentaré defensa alguna de quien soy yo. Por lo demás,
celebro que el Padre Iraburu haya ganado las útimas eleciones democráticas de la Cristiandad , gozando
de los favores de “la inmensa mayoría”.
Como yo soy católico no voto ni me hago votar, de modo que estoy fuera
de la competencia, derrotado de antemano.
Consejos para los
amigos
Les diré al menos,
y por si sirviera de algo, lo que yo estoy haciendo y pienso hacer:
1-Mientras no se pruebe de modo
fehaciente la nulidad del Cónclave –y en principio no parece probable tal
alternativa, siendo delicadísimo que así sucediera- Francisco es Papa, y se debe proceder ante él como ante todos los
Vicarios de Cristo: veneración y obediencia. Si algo malo se supiera mañana al
respecto, no me ha de alegrar la noticia, ni el haber conjeturado desde el
principio tan espantosa hipótesis. Se me dirá que estoy condicionando mi
adhesión al Pontífice. No, porque creo en el Espíritu Santo, como repito cada
mañana. Pero tampoco dejo de repasar aquellas palabras de Jesucristo dirigidas
a los fariseos: “Cuando anochece, decís: Buen tiempo;
porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado.
¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de
los tiempos no podéis! (Mt. 16,2). Que el mundo, empezando por el “católico”,
festeje los arreboles falsos. Nosotros tratemos de estar atentos a las señales
de los tiempos.
2-Si alguien se preguntara cómo un
prelado tan visiblemente ligado por sus antecedentes a la promoción de la
herejía, pudo haber sido elegido Papa, no encontramos otra respuesta más que lo
dicho en la Primera
Carta de San Juan, capítulo 2, versículos 18 y 19. Léase
atentamente su contenido con longanimidad, fortaleza y confianza en Dios. Y
Dios permita que nos sea dado ver muy pronto que son ellos, los heréticos,
quienes tendrán que decir de Francisco: salió
de nosotros pero no era de nosotros. He aquí el texto de Juan: “Hijitos
míos, es la última hora. Se les dijo que tendría que llegar el Anticristo; pues
bien, ya han venido varios anticristos, por donde comprobamos que esta es la
última hora. Ellos salieron de entre
nosotros mismos, aunque realmente no eran de los nuestros. Si hubieran sido de
los nuestros se habrían quedado con nosotros. Al salir ellos, vimos claramente
que no todos los que están dentro de nosotros son de los nuestros”
3-Rezaré y rezaré intensamente; rezaré
como nunca antes en mi vida, pidiendo el milagro de que Francisco se convierta
de sus errores pasados y de sus conductas crapulosas, constituyéndose en el
Papa santo y sabio que necesita la
Iglesia para ser restaurada. Será un honor servirle entonces.
Defenderé y predicaré pública y gozosamente cuanto de bueno, bello y verdadero
sostenga y obre desde su sede, sin confundir cualquier opinión vertida por él a
lo dicho ex catedra, si lo hubiere,
que bien sabemos obliga a otra conducta. Y desde ya que me place y conforta
haberle escuchado decir en estos días algunas de esas verdades simples que
solía decir en privado, cuando era apenas Monseñor Bergoglio o el Padre Jorge.
4-Seguiré insistiendo, y con más
énfasis que lo habitual, en el deber que tenemos lo súbditos de resistir los
errores, las confusiones y las felonías de los Pastores, y aún las del mismo
Sumo Pontifice, llegado el durísimo trance. Esto es doctrina católica y no su contraria;
y tiene una antiquísima tradición dentro de la Iglesia. Nos asistan en esta
tarea Santa Catalina de Siena, San Atanasio, San Sofronio, San Norberto, San
Césareo de Arlés, y cuantos varones y mujeres extraordinarios han tenido que
obrar o enseñar que la opugnación filial, amorosa y respetuosa al Papa, puede
ser un acto de servicio para custodiar a la Iglesia de su derrumbe, y hasta al mismísimo Santo Padre.
5-Insistiré
oportuna e inoportunamente en la obligación moral que nos asiste a “los súbditos
de celo y libertad, para que no teman corregir a los prelados, especialmente si
el crimen es público y corre peligro la mayoría de los fieles”. Es enseñanza de
Santo Tomás de Aquino (In Gal.2,11,nº 76-77), pero podríase sobre el particular
citar una multitud de textos escriturísticos, patrísticos, escolásticos,
conciliares, canónicos y pontificios de todos los tiempos, conformando todos
ellos un corpus doctrinal, que en buena hora redondeó admirablemente Melchor
Cano -teólogo de Carlos V en Trento- diciendo: “cuando los pastores duermen, los perros deben ladrar”.
6-Distinguiré,
en la medida de mis posibilidades, la vera realidad de las horribilísimas
campañas multimediáticas puestas ya en marcha sobre el nuevo Pontificado. No lo
que digan los medios, sino lo que diga y obre el Papa deberemos analizar. La
mayor restricción que hagamos al influjo de los medios masivos, será para
nuestro bien. También lo será el mayor uso que hagamos de los diálogos y pedidos
de consejo entre los sabios. No vale aquí ningún argentinismo, ninguna
papolatría, ni menos aún ninguna papoclasia. Pero que tampoco aparezca un
extranjero a querer enseñarnos quién es Monseñor Bergoglio. Veamos los frutos
de Francisco, pues ya se sabe que el árbol se conoce por sus frutos (Ls.
6,39-45). No nos fijemos un tiempo cronológico sino un lapso espiritual.
Midamos la espera en maitines y en vísperas, no en horas calendáricas.
7-Estaré
atento a las enseñanzas de Libro del Apocalipsis, explicadas principalmente por
los Padres y nuestro cura Castellani; y a las pocas revelaciones marianas
aceptadas formalmente por la Iglesia.
Depuremos nuestro diagnóstico de la multitud de
aparicionismos, videntes o revelaciones privadas. Más conducen a la demencia que a la salud.
Pero no olvidemos la necesidad de una
perspectiva parusíaca, sobre todo ante esta extraña situación de dos Papas conviviendo en Roma. Orante y monástico el
uno, activista y pragmático el otro.
Avisos
parroquiales
1º.-Hace unos años, en el 2005 -Dios
sabrá porqué- Bergoglio fue causa de la ruptura de la amistad con el Padre
Torres Pardo. Ahora, ya devenido en Francisco, es causa de ruptura con el Padre
Iraburu, con quien ninguna amistad tenía, pero sí amigos y conocidos varios en
común.
Al Padre Iraburu; aunque pensándolo
mejor más que él a mis amigos, discípulos y lectores, quiero recordarles
literalmente –con algún levísimo retoque- lo que dije en aquella respuesta del
2005, como cierre de mi carta:
“Conozco la naturaleza humana, de puro viejo nomás. Sé que el Padre[José
María Iraburu] querrá quedarse con la última palabra. Se la cedo. La última y
la penúltima y el post scriptum. Mis
energías, pocas o muchas, las que me queden, no se gastarán sino en lo que
siempre he querido quemarlas: luchando por Dios y por la Patria. Quiero decir que no admitiré más polémicas con él, pues lo
esencial que tenía por decir ya fue dicho, sólo Dios sabe al precio de qué
amargura, en plena Semana de Pasión. Además, conozco la tópica, gracias al maestro Aristóteles. Sé cuándo se sabe
argumentar y cuándo no, y por consiguiente, cuándo y con quien vale la pena
sostener una polémica. El Padre[Iraburu] ha cometido todos los extravíos de una
tópica sin sustento, de una razón sin timonel, de una inteligencia sin
circunspección.”
“Una aclaración postrimera me queda en el tintero y
he de hacerla. No me causa ninguna gracia andar de desencuentro en desencuentro
con curas, obispos, y Pontifices. No he
sido educado para tener que rebelarme contra
las autoridades de la
Iglesia , sino para arrodillarme frente a la Jerarquía , orgulloso de
mi vasallaje, y ofrecerle mis servicios. Me lastima hasta la fibra más honda
del alma constatar que, en líneas generales, nuestros pastores y clérigos son
medrosos, ambiguos, heresiarcas y hasta poco viriles, como diría Santa
Catalina de Siena. Tal situación me provoca una desazón y un tormento que,
repito, sólo Dios conoce, y sólo Él sabrá porqué lo permite. Pero no debo
callar. En mi nombre, en el de los tantos y tantos que padecen conmigo similar
dolor, en el de mis maestros mártires y en el de mis discípulos. No debo
callar, porque la esperanza está puesta en el triunfo de la Verdad Crucificada ,
oportuna e inoportunamente testimoniada. No debo callar ni retroceder, porque a
pesar de la jerarquía prevaricadora y de sus inesperados obsecuentes, alguien
tiene que decir la Verdad ”.
2º. Mi repudio mayor en estas lides se lo llevan
esos personajillos anónimos, cobardes, arteros y encanallecidos, que se llaman
posteadores o simples navegantes de internet. Agradezco a Dios que por mi edad,
mi impericia técnica y mi falta de tiempo, sólo sea eventual y fugacísimo el
anoticiamiento que tengo de sus fechorías. Pero así las cosas hoy, con esta
cybermanía, cualquier imbécil que jamás se acercó a mi alma ni a mi trato, ni a
mi familia ni a mi casa ni a mi vida, se cree autorizado a acusarme de lo que
se le ocurra.
He perdido muchas cosas por dedicarme a lo que me
dedico. Vivo orgullosamente con lo puesto. Pero siempre me preocupó perder algo
más: la vida eterna. Y la vida eterna la perderé si enmudezco como un
pusilánime, si disimulo como un oportunista o si miento como un patán. Sepan,
pues, los nuevos pendolistas anónimos, pseudónimos o encubiertos; sépanlo los
calumniadores ociosos y los que, por ser ladrones, creen que todos son de su
condición. Seguiré en batalla, hasta que el Señor me llame. Y sépanlo asimismo
aquellos que bien me quieren -me consta- pero me aconsejan prudencias que no
van con las urgidas perentoriedades, postergaciones que terminan siendo
renuncias y subterfugios impropios del testigo. En esto al menos, procuro hacerle
caso a Borges:
“Entre las cosas
hay una
de la que no se
arrepiente
nadie en la
tierra. Esa cosa
es haber sido
valiente”.
3-Guardo en mi corazón –y también en mi archivo- un
sinfín de cartas de amigos, de discípulos, de maestros, de hombres
prestigiosos, de familias y de gente común de toda edad y condición, que me
manifiestan su gratitud por cuanto he escrito al respecto. Estoy contando los
hechos como son, y nada gano en mentir. Son cartas que me agradecen y ponderan
sin lisonjas, en el tono coloquial que se suscita entre almas afines, ajenas a
toda negociación de vanaglorias, a todo estúpido e inexistente posicionamiento
curricular. No; ya no hay tiempo para las majaderías entre nosotros.
Pero hay una clase especialísima de esas cartas a
las que quiero dedicar un párrafo aparte. Son las de aquellos sacerdotes que no
pueden hablar porque es mucho o es todo lo que perderían si así lo hicieran. En
privado me felicitan, me apoyan, me sostienen, me alientan a decirlo todo, me
aportan elemenos de juicio, y a veces me enmiendan con caridad y ciencia. Entiendo las razones de su silencio. No les
formulo el más mínimo reproche. No quisiera herirlos con una línea siquiera que
pudiera rozar sus nobles decisiones. Les pido perdón sinceramente y de antemano
si estos renglones pudieran embretarlos. Pero ellos saben más que yo. Es
cierto. Han estudiado disciplinas arduas cuya plena posesión me es ajena.
Harían un bien inmenso si salieran a hablar con sus rostros y voces y nombres y
títulos, a plena luz del día, desde los tejados. Harían un bien inmenso
incluso, si ante estocadas arteras como ésta que me toca hoy responder, dijeran
en público lo que me dicen en privado: que
tengo razón.
A ellos,
pues, a estos sacerdotes a quienes tanto admiro y debo, sólo quiero formularles
unas preguntas, cuyas respuestas ignoro: ¿Cuál es el límite de ese silencio?
¿Cuál es el borde de la fingida conformidad? ¿Cuándo habrá que quemar las
naves,? ¿Cuándo es el día del viaje desasido, sin regreso, sin orillas amigas
que nos esperen, sin lechos familiares en que reposar seguros las osamentas?
Sólo el desierto, el páramo, el peregrinaje arduo y combatiente. ¿Cuál es el
día para decir ¡basta! y gritar desde los tejados? ¿No sería menos desolada la
soledad, menos apenada la pena,menos desangeldo nuestro Ángel, si ellos hablaran
de consuno, con la facundia y la sabiduría que el Señor les ha prodigado?
Me uno a ellos con afecto entrañable en vísperas de
este nuevo Viernes de Pasión en que termino mi escrito. Me aferro como amigo y
penitente a sus manos que saben bendecir
y perdonar .Me permito pedirles un sitio en el Via Crucis, para decirles que,
tal vez por nuestro mutismo o indiferecia, Jesús se está cayendo por cuarta
vez:
La tarde huele a sangre y a gemido,
arriba espera el monte abovedado,
más hondo que la huella del arado,
más seco que el ahogo de un latido.
Ya estaba terminado el recorrido,
pronto estaría todo consumado
pero advertiste el rostro de un pecado
venidero y final como un crujido.
¡Navega hacia
alta mar ! , le gritas
mudo
y caíste la vez número cuarta.
Mañana sonarán repiqueteos
pero hoy, tu viernes desolado y rudo,
Aquí estamos, Señor, tus cireneos.
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