viernes, 26 de diciembre de 2014

POESÍA A SAN JOSÉ de Antonio Caponnetto


EL SUEÑO DE JOSÉ
 
“Y estando José pensando en abandonar en secreto a María, he aquí que el Ángel del Señor le apareció en sueños, diciendo: «José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque su concepción es del Espíritu Santo»”
(San Mateo, 1, 20)
 
 
Le pesaban los brazos más que nunca esa noche,
de acarrear la madera, de dar forma a aquel leño,
fatigado de troncos y virutas filosas
el cuerpo le pedía la horizontal del sueño.
 
Sumaba otro cansancio que no da el martilleo
ni el buril contra el cedro o el listón de cerezo,
limaduras del alma cuando duda y vacila
reclamando el sosiego del tálamo o el rezo.
 
A solas con la pena de sospechar amando
—amando la pureza del ser indubitable—
lo vio dormir inquieto la luna nazarena
propicia para un ángel que en el silencio hable.

Lo llamó por su nombre, agregando el linaje
por remembrar promesas como el vino a la Vid,
por disiparle el miedo, el pálpito escondido:
Nada temas José, hijo leal de David.
 
Lo que guarda tu esposa no es obra de la carne,
ni de los terrenales y humanos himeneos,
es el Verbo anunciado desde todos los siglos,
nacerá entre pastores, sonarán jubileos.
 
Alégrate en las nupcias anunciadas al alba,
selladas con el “hágase tu palabra en mi vida”.
Y al mentar al misterio, calló el ángel doblando
en señal de alabanza su ballesta bruñida.
 
Llegada la vigilia y con ella la lumbre
al corazón contrito como al del justo Job,
se hizo lirio el cayado y una rosa el recelo,
su paz era una escala que revivió a Jacob.
 
Danos José la gracia de saber que la Esposa
no es la adúltera oscura de quien la quiere infiel,
no es la merecedora del epíteto duro
sino esa tierra fértil “que mana leche y miel”.
 
Cuida Santo Patriarca al Niño y la Señora,
de los lobos bramando en negras ventoleras,
cuídanos el pesebre, el sagrario y la misa,
quede todo en tus manos augustas, carpinteras.
 

Antonio Caponnetto                  tomado de la revista Cabildo

FELIX DIES NATIVITATIS

lunes, 24 de noviembre de 2014

ANTE JUDAS LA VERDAD

Dom Prosper Guéranger

Dom Prosper Guéranger

“Cuando el pastor se muda en lobo, toca desde luego al rebaño el defenderse. Por regla, la doctrina desciende de los obispos al pueblo fiel y los súbditos no deben juzgar a sus jefes en su fe. Mas hay en el tesoro de la revelación ciertos puntos esenciales de los que, todo cristiano, por el hecho mismo de llevar tal título, tiene el conocimiento necesario y la obligación de guardarlos. El principio no cambia, ya se trate de ciencia o de conducta, de moral o de dogma. Traiciones semejantes a la de Nestorio, son raras en la Iglesia; pero puede suceder que los pastores permanezcan en silencio, por tal o tal causa, en ciertas circunstancias en que la religión se vería comprometida. Los verdaderos fieles son aquellos hombres que, en tales ocasiones, sacan de su solo bautismo, la inspiración de una línea de conducta; no los pusilánimes que bajo pretexto engañoso de sumisión a los poderes establecidos, esperan, para correr contra el enemigo u oponerse a sus proyectos, un programa que no es necesario y que no se les debe dar”.                                                                                                                                                              Querido lector, al ver este escrito quisimos traerlo asta aquí para reflexionar sobre los últimos acontecimientos de la IGLESIA y el modo en que los Santos opusieron resistencia, al error. Dios nos ilumine en desenmascarar al impostor Lobo vestido con piel de oveja. Ya el tamaño de sus errores merecen el escarmiento. Dios nos libre del mal .

domingo, 20 de abril de 2014

DOMINGO DE RESURRECCIÓN DEL PADRE CASTELLANI

En el Domingo de Resurrección la Iglesia lee sencillamente siete versículos del último capítulo de Marcos que narra la ida de las Santas Mujeres con sus bálsamos ya inútiles al Santo Sepulcro, que encontraron vacío; y la aparición de un jovencito (de un “ángel”, dice Mateo; de “dos hombres en vestes lúcidas”, dice Lucas) que les anuncian la Resurrección y les dan orden de avisar a Pedro y los Discípulos; cosa que ellas no hicieron de miedo. Cuando les pasó el miedo, por la aparición de Cristo mismo, avisaron y no las creyeron.
Las mujeres eran: María Magdalena, Juana, la otra María madre de Santiago el Menor, Salomé, madre de Juan “y otras”. Quienes primero vieron a Cristo fueron mujeres, en este orden: primero, su Santísima Madre; después, la Magdalena; después, el resto del grupito que llama el Evangelio “syneleelythyiai ek tes Galilaias” (“las que lo escoltaban desde Galilea”), una especie de rama femenina de la Acción Católica de aquellos tiempos. Y nadie las creyó: “según dicen las mujeres”, le dijeron los dos discípulos de Emmaús al Misterioso Peregrino, y en ese momento él se les enojó, y les dijo: “¡Oh cabezaduras!”. Pero, lo mismo, en la Iglesia primitiva se siguió invocando el testimonio de los varones, como lo hace San Pablo en su Primera Carta a los Corintios (15, 4):
“Resurgió al tercer día según la Escritura, y fue visto por Pedro y luego por los Doce; después fue visto por más de 500 hermanos juntos [el día de la Ascensión] de los cuales están vivos los más hoy día y algunos murieron ya; después fue visto por Jácome y por todos los Apóstoles; y el último de todos, como un abortivo, fue visto también por mí.” Eran un poco cabezas duras estos israelitas; y más dispuestos a negar todo que a ver visiones. Si yo dijera aquí la Resurrección de Cristo es el suceso más grande de la Historia del mundo, repetiría un lugar común; pero no rigurosamente exacto, si se quiere. La Resurrección no es un suceso de la Historia, porque está por arriba de la Historia de los hombres; lo cual no quiere decir que los testimonios que tenemos de ella no sean rigurosamente históricos; pero quiere decir que es un suceso trascendente, como la Encarnación misma y todos los Misterios.
Son objeto de la Fe. Los sucesos históricos, rigurosamente demostrables y que no se pueden racionalmente ni negar ni tergiversar, nos ponen delante de una afirmación enorme y nos invitan a hacerla; y somos nosotros quienes la tenemos que hacer. Hay un paso que dar; o un salto, mejor dicho: un salto obligatorio por un lado; y por otro, libre. Si a mí me hacen la demostración del binomio de Newton o el teorema de Pitágoras, yo no soy libre de aceptarlos o negarlos; me veo intelectualmente forzado a admitirlos. Si me hacen la demostración de la Resurrección de Cristo, aunque en su plano sea tan racionalmente completa como las otras, yo soy libre de creer o no creer. Por eso la fe es meritoria: porque su objeto no es natural sino sobrenatural.
En una Historia Universal, la más popular que existe en el mundo, y que fue propuesta por el autor nada menos que para libro de texto de todas las escuelas de Inglaterra, se da cuenta de la Resurrección de Cristo con estas palabras: La mente de los discípulos se hundió por una temporada en la oscuridad. De repente surgió un susurro entre ellos y varias historias, historias más bien discrepantes, que el cuerpo de Jesús no estaba en la tumba en que fue colocado, y primero éste y después estotro lo habían visto vivo. Pronto ellos se hallaron consolándose con la convicción de que se había levantado de entre los muertos, que se había mostrado a muchos y ascendido visiblemente a los cielos. Testigos fueron hallados para declarar que positivamente lo habían visto subir el cielo, El se había ido, a través del azur, a Dios… Ésta es la versión que da del suceso básico de la fe cristiana la impiedad contemporánea. Mientras se mantiene en esa maliciosa vaguedad, el absurdo no salta a los ojos; pero cuando quieren determinar la historia de la explosión de la mañana de Pascua, entonces cuentan ellos como nuevos evangelistas “varias historias, historias más bien discrepantes”: unos dicen que Cristo en realidad fue enterrado vivo; y en consecuencia Y despertó en su sepulcro, se liberó de mortajas y vendas, rodó la gran piedra de la entrada y huyó, desnudo y con una lanzada en el corazón; otros dicen que el cadáver se pudrió en su sepulcro y todo lo que vieron Apóstoles y discípulos, incluso en las orillas del lago de Galilea, fueron “alucinaciones visuales y auditivas…” -táctiles también, en el caso Santo Tomás el Desconfiado-; otros, finalmente, que los Apóstoles robaron el cuerpo y lo escondieron, “que es lo que dicen hasta hoy los judíos”, advierte San Mateo. Von Paulus, Reimarus, Meyer, Schmiedel, Kirsopp Lake, Renan… La escuela de París, la escuela de Tubinga, la escuela de Marburgo… Hay que explicar de algún modo “racional” esa historia extraordinaria. Entonces toman los cuatro Evangelios, y con un lápiz colorado van borrando todos los versículos o perícopas que ellos quieren; y con lo que les queda, escriben pomposamente una Verdadera Historia de Cristo. Pero salta a los ojos que de unos documentos tan extraordinariamente mentirosos como serían los Evangelios en ese caso, no se puede uno fiar en nada; y que la única consecuencia lógica sería negar incluso la misma existencia de Cristo; que es adonde han llegado algunos, llamados “evhemeristas”, como Baur, por ejemplo. Pero negar la existencia de Cristo es mucho más difícil que negar la existencia de Julio César, de Napoleón Bonaparte o de Sarmiento. Ese salto de la fe es difícil de dar, algunos prefieren empantanarse en el absurdo. “Increíble es que Cristo haya resucitado de entre los muertos; increíble es que el mundo entero haya creído ese Increíble; más increíble de todo es que unos pocos hombres, rudos, débiles, iletrados, hayan persuadido al mundo entero, incluso a los sabios y filósofos, ese Increíble. El primer Increíble no lo quieren creer; el segundo no tienen más remedio que verlo; de donde no queda más remedio que admitir el tercero”, argüía San Agustín en el siglo IV. La existencia de la Iglesia, sin la Resurrección de Cristo, es otro absurdo más grande. Leyendo los disparates de los seudosabios incrédulos, recuerda uno el final de la oda de Paul Claudel a San Mateo, en la cual el poeta lo pinta escribiendo pacientemente, con el mismo instrumento de su oficio que le sirvió para hacer números y cuentas, su testimonio seco y descarnado: Y a veces nuestro sentido humano se asombra, ¡ah! es duro, y querríamos otra cosa. ¡Tanto peor! el relato derechito continúa y no hay corrección ni glosa. He aquí a Jesús más allá del Jordán, he aquí el Cordero de Dios, el Cristo. El que no cambiará; he aquí el Verbo que yo he visto. Sólo lo necesario es dicho, y por todo una palabrita irrefragable tranca a punto fijo la rendija de la herejía y de la fábula, manda un camino rectilíneo entre los dos, de los que niegan que fue un hombre, de los que niegan que fue Dios, para la edificación de los Simples y la perdición de los Complicados, para la rabia, agradable al cielo, de los sabihondos y los curas renegados.

miércoles, 26 de marzo de 2014

HOMENAJE A HUGO WAST POR RODOLFO JORGE BRIEBA

HOMENAJE A GUSTAVO MARTINEZ ZUVIRÍA (HUGO WAST) 1962-2014

El próximo viernes 28 de marzo se cumplirá un año más del fallecimiento de Gustavo Emilio Martínez Zuviría acontecido en el año 1962 conocido en el mundo entero por sus obras traducidas a diversos idiomas y el autor argentino más leído del siglo XX.
Más allá de la injusta proscripción de que ha sido objeto por la actual dirección de la Biblioteca Nacional, la cual presidiera entre los años 1945 y 1954, corresponde el homenaje al ser humano en sus múltiples facetas como católico, patriota, hombre público, escritor talentoso y comprometido con la Verdad.

Ello a través de algunas de sus “profecías” cumplidas y otras por verse que ilustran sus libros.

Dos de sus obras la constituyen “El Kahal-Oro” (1938) y “Juana Tabor-666” (1941) las cuales tienen la peculiaridad de exhibir una cierta anticipación a hechos que han sucedido y acontecen tanto en el mundo como en la Argentina.
En la primera de ellas expone que el oro podría desaparecer como garantía de la moneda pero no así los billetes extendidos por los gobiernos y en tal sentido afirma que “Cuando la masa de billetes que circula en un país está en proporción de sus necesidades comerciales, esos billetes conservan intacto su valor habitual, aunque no tengan ni un gramo de oro como garantía” (pág. 236). Más adelante refiriéndose al circulante agregaría “Su valor se funda sólidamente en la necesidad de moneda que siente toda nación, para sus transacciones. El valor disminuye sólo cuando hay demasiada moneda; y aumenta cuando escasea” (pág.309). En lo que hace al oro escribe “Se imaginaban que el oro en si era una riqueza, y que el mundo tenía una necesidad ilimitada de oro, y que éste conservaría su valor, es decir, su poder adquisitivo, aunque abundara extraordinariamente” (pag.311) cuando sólo tiene valor como metal. Pone en boca de uno de sus personajes la bondad de la ruina de los usureros por cuanto “el dinero circula, es decir, ya no es un privilegio de unos cuantos capitalistas, y con ello parece más abundante, aunque exista la misma cantidad de billetes”. “El consumo universal de mercaderías ha aumentado, a causa de la abundancia de trabajo y los altos salarios, que permiten al pueblo comprar más que antes” (pag.326).
En opinión del autor bien cabe reproducir su concepto de que “El trabajo es la única mercadería que la mayoría de los seres humanos puede producir. En los pueblos en donde es bien pagado, se considera más la dignidad del hombre. En los pueblos donde al obrero se le paga mal, un hombre es casi un esclavo y vale menos que un buey, porque su carne no se come. Y cuando es un obrero sin trabajo, vale menos que un perro” (pag.339).
El tiempo fue transcurriendo y el mundo entero prescindió del oro para otorgar valor a la moneda fiduciaria aún cuando no pudo liberarse, también, del poder financiero que lo atenaza.
En el capítulo V de aquella novela describe con precisión los mecanismos que utiliza tal monopolio para generar guerras y crisis alternativas entre las cuales siempre resulta beneficiada aprovisionando a uno y otro bando luego de enemistarlos, mientras los pueblos sucumben en los campos de batalla y en las retaguardias por las armas de fuego y el hambre. Asimismo denuncia el manejo de los mercados y bolsas de materias primas por parte de un minoría plutocrática medrando con el esfuerzo de los productores quienes soportan el riesgo de la explotación mientras ellos a través de los préstamos con interés y garantía real se apropian de los bienes de la humanidad cuando los prestatarios no pueden responder a las obligaciones contraídas.


La segunda de dichas obras contiene premoniciones de singular relevancia no ya en el plano crematístico sino teológico y político.
Parte de la novela transcurre en la Argentina y específicamente en Buenos Aires y el autor emite juicios morales de acendrado valor tal como que las revoluciones hechas para terminar con las clases sociales no las han eliminado sino continuado en función, entre otras, por “la envidia a la cual se le diera en tiempos de Marx el nombre científico de lucha de clases” (pag.77).
O poniendo en labios del satánico monje Simón “Creo que estamos destinados a ver grandes cambios en la Iglesia, en el sentido de la democracia. Servir a la vez a Dios y al pueblo” (pag.109) y “la Iglesia Romana no puede reformarse y regenerarse por algunos movimientos superficiales: es necesario que sea removida y turbada hasta lo profundo” (pag.110).
No deja de referirse a un futuro Papa “…que llegaría a Roma del otro lado del océano… y así como había esperanzas en algunos otros alentaban “…la ilusión de que para salvarse era necesario aliar el espíritu del Vaticano con el de la democracia…” (pag.163)
En lo que hace a las grandes líneas hace decir a un personaje “El haber fomentado el panislamismo se nos muestra ahora como la más terrible equivocación de los hombres en la Historia” (pag.118)
Argentina estaba gobernada por Hilda Kohen de Lieberman siendo “la segunda mujer que había llegado a ser presidenta de la Nación” (pag.80).
En el capítulo VII que titula “Visión del porvenir” cuenta de una manifestación de medio millón de hombres en la Plaza Stalin que “se habrían congregado para echarle flores a nuestra Presidenta, misia Hilda, porque ha disuelto los últimos restos del ejército de línea que nos quedaban, la gendarmería de la Patagonia” introduciendo que ello le interesaba a “los politiqueros que lo agitan, tienen instintiva aversión a lo militar…”, lo que es materia de preocupación de algún personaje “porque tenemos vecinos fuertes que codician, desde hace siglos, algunas de nuestras provincia, y pueden aprovechar la ocasión al ver indefensas nuestras fronteras” (pag.114). No deja por ello de mencionar la analogía con la España de 1936 aseverando que “…en la Argentina los politiqueros eliminaron a los oficiales de carrera, corrompieron a los soldados y armaron el brazo irresponsable de las poblaciones…” (pag.200).
Páginas después pinta la desestabilización del gobierno de Hilda Lieberman con riesgo para su vida y reflexiona “¡Si en vez de aquella política demagoga y cobarde, misia Hilda hubiese tenido un par de regimientos de línea!” o apunta “los buques de guerra, que se oxidaban en los inútiles diques, se transformaron en museos, en hospitales y en escuelas” (pag.209). Y ello en base al falaz razonamiento “La República Argentina no tiene cuestiones internacionales, pues sus fronteras están bien demarcadas. Siendo así, no necesita gastar cientos de millones en mantener quinientos mil parásitos. Es preferible que costee quinientos mil maestros” (pag.cit.).
Con referencia a la misia Hilda nuestro Hugo Wast enuncia “Ninguna de las grandes reinas de la Historia, ni Cleopatra, ni Isabel la Católica, ni Catalina de Rusia, estuvieron tan espléndidamente alojadas, ni fueron mejor pagadas que la democrática presidenta de la República Argentina” (pag.210).
Cuando una masa enardecida por el suicidio colectivo de 5.000 costureras por la explotación de que eran objeto se dirigía al palacio presidencial para derrocarla, la hija de la presidenta la impulsa “Arriba, en la azotea, tengo mi athanora (vehículo aéreo). Huiremos al Uruguay…” (pag.222).
El autor apunta con referencia a la multitud “Porque todos ellos habían trabajado en su favor cuando fuera elegida Presidenta y continuaban a sueldo de ella. Pero en una tarde, en un mitín de la plaza Stalin, uno de los oradores rompió la consigna y la nombró”.
No deja de referirse a la conducción política argentina cuando escribe “Ambas Cámaras se hallaban de vacaciones, y no se reunirían hasta cinco meses después…y la presidenta de la Nación andaba de paseo, pescando salmones en los lagos del sur” (pag.196).
Se refiere al sistema electoral donde “…Todos, hombres, mujeres, niños, desde los siete años, criollos o extranjeros, libres o encarcelados, gozaban del más sacramento de los derechos humanos, el verdadero rasgo distintivo en la escala zoológica: la facultad de votar, elegir y ser elegido…” (pag.231) aún cuando “…las mayorías son la cosa más inestable del mundo…” y que “No bien comienza a discutirse porqué gobierna aquel y no éste, se descuaja el fundamento de la obediencia” (pag.cit.). Y agrega: “¡Y pensar que hay filósofos de cabeza blanca que no creen en la infalibilidad de la Iglesia con su unidad doctrinaria de veinte siglos, pero creen en la infalibilidad de la mitad más uno, que se rectifica cada seis meses y se contradice cada año¡ (pag.233).
Tampoco las cuestiones del agro fueron ajenas a Martínez Zuviría cuando escribe ya en “666”: “…Las dos grandes empresas que acaparan las cosechas argentinas estaban de plácemes y contaban ganar cien millones de marxes (moneda nacional en la ficción de la obra). Estas dos grandes firmas eran de la misia Hilda, que a pesar de ser presidenta de la República no había interrumpido sus afortunadas operaciones mercantiles, y la de los hermanos Tres Rosas, que habían comenzado siendo tres, y eran ocho ahora, distribuidos estratégicamente en los países productores de granos, pero con su sede principal en Buenos Aires, la ciudad más libre y feliz de la tierra”. (pag.187).
No podía menos que ocuparse de la cuestión social y relata la explotación de las “costureras” que como no trabajaban en talleres sino privadamente “les imponían precios inicuos” (pag.190) lo que admite parangón con similar situación que sufren especialmente las inmigrantes en el año 2014 en esta ciudad de Buenos Aires. Aquellas decidieron suicidarse selectivamente ante los locales de la empresa usurera y estas últimas consumidas por el fuego en el encierro de los locales clandestinos.


Esta Semana Santa de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo contemporánea con la consagración del Papa Francisco “…que llegaría a Roma del otro lado del océano…” (Hugo Wast dixit) impone recordar a nuestro ilustre compatriota quien no sólo nos brindó la fina estética de su prosa y poesía, sino que corrió el velo del destino universal y patrio desde su elevada espiritualidad católica.

(1) Las páginas están referidas la edición 1975 de Editorial AOCRA Argentina de “El Kahal-Oro” así como las correspondientes a la segunda obra a la edición del mismo año e idéntica editorial de propiedad del literato.

Rodolfo Jorge Brieba

viernes, 14 de marzo de 2014

VOCACIÓN DE ESCRITOR HUGO WAST


CARTA DEL PADRE LEONARDO CASTELLANI a HW sobre “Vocación de escritor”.
Caro maestro y amigo:El cofrade que tenía su libro mío me dijo al dármelo: “He aquí un libro que usted no va a leer.” Lo miré con tristeza y dije: “En efecto. VOCACIÓN DE ESCRITOR.” ¡Vocación de escritor! ¡Como si uno no la conociera y como si fuese una cosa agradable! Y bien, lo he leído.Lo he leído más rápidamente que LA CORBATA CELESTE que también leí en estas vacaciones, en los intervalos que me dejaba la ÉTICA de Max Scheler; y que después regalé a una de mis innumerables sobrinas, naturales o adoptivas.
Otro de mis cofrades me dijo: “¡Ese Martínez Zuviría! ¡A quién se le ocurre en estos tiempos poner su retrato en la tapa de un libro!” ¿Y qué tiene poner el retrato en la tapa de un libro, cuando adentro está otra vez el mismo retrato, mucho mejor hecho?
Su libro tiene entre otros valores, el interés inmortal que tienen las memorias de cualquier hombre de valer que es muy sincero, como por ejemplo MIS OCHENTA PRIMEROS AÑOS del doctor Cárcano. Se parece a esos autorretratos que han hecho todos los pintores llegados a la madurez de su arte: el Rembrandt que está (que estaba) en la Galería de Dresde; con esos bigotitos saltados y la gran gorra de terciopelo negro. La figura individual poco importa. El cuadro es inmortal.
Siempre es valioso el libro de un hombre acerca de una cosa que sabe bien, aunque esté mal escrito; y éste está encima bien escrito. Bien escrito hasta la última minucia, hasta la propiedad del último verbo, la sobriedad de la última frase y el ahorro del último adjetivo: el adjetivo tentador y meretricio que nadie conocerá jamás porque usted lo tachó. “¡Desconfiad de los adjetivos!” –dijo Claudel-. De modo que el libro constituye, a más de un libro de memorias, una limpia lección de gramática magistral, que nos está haciendo falta urgente a muchísimos argentinos, ¡vive Cristo!, empezando por mí. El movimiento se demuestra andando.
No estoy muy conforme con la corrección que usted propone al terceto de Quevedo:
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Creo que Quevedo escribió no más tal cual el segundo verso, con el sentido de: ¿Siempre hemos de sentir conforme a lo que andan todos diciendo; por ejemplo, a lo que dice la prensa grande? ¿No hemos de sentir con nuestro propio corazón, o como diría Francisco Romero, con nuestra autointerioridad? Nietzsche dijo lo mismo en esta forma: “Con un exceso de literatura histórica, a nosotros los alemanes nos han habituado a sentir con frases”. Su enmienda de usted es más ingeniosa pero menos poética. Opongo a su raciocinio de crítico, mi hábitus de poeta. Aunque sea poeta fracasado. Usted es prosista.

Pero todo el resto del examen de los atropellos plebeyos o pedantes al lenguaje común que hace usted con lenguaje infalible, es exquisito. Salta en uno el deseo de ofrecer a su hacha nuevos ramilletes de cabezas... ¿Qué me dice usted de la famosa ofrenda floral?. Todo ramo de flores es hoy día ofrenda floral. ¿Y el conceptuoso discurso? Un discurso conceptuoso tiene que ser una calamidad, sin intuición ni pálpito y con muchos conceptos, es decir, cosas sueltas, como los acostumbrados a sentir con frases. ¿Y el homenajeado?

Nuestro común amigo Juan P Ramos conserva en su prodigiosa memoria docenas de estos cuños falsos del idioma periodístico, que él sabe satirizar en la conversación con gracejo inagotable. Todo esto parece para un libro materia bien minuta; y lo sería –lo mismo que las anécdotas acerca de la edición de un libro suyo, con cifras y nombres propios, y todo el resto- en manos de cualquier otro que no fuera usted.
Pero en usted es solamente la materia de la obra de arte: como si dijéramos la facha bruta del pobre Rembrandt, que era feo de veras el pobre.

Pero el fondo de su obra, es decir, las luces y los tres cuartos de claroscuro es la vocación. ¡Vocación! ¡Qué palabra! Dios está escondido en ella. No es extraño que salga usted a deshora citando a San Pablo, y hasta recomendando la devoción al Espíritu Santo; que yo no tenía y juro al cielo adopto desde hoy.
Usted es hombre vivo para escribir sus libros, incluso para elegir los títulos. Este título abstracto y especializado es (¡quién lo dijera!) vendedor en la Argentina. La inmensa mayoría de los argentinos creen tener vocación de escrito y algunos (¡ay!) la tienen no más. Con la manía que tengo yo acerca del bachillerato, creo que la culpa la tiene el bachillerato.
Como nos enseñan mal una cantidad de físicas, químicas, geografías e historias, esas materias no le entran al muchacho. El instinto de conservación del muchacho opone un estado coloidal a la dinamicidad del paralelogramo de fuerzas genotípicas y paratípicas con que el dómine intenta arruinarle la mollera “in secula seculorum”. Pero llega la Literatura y el muchacho se espejisma. “Esto lo entiendo (dice alborozado); ¡yo he nacido para esto!” Y ¡qué ha de haber nacido el infeliz!
Y más infeliz si ha nacido.
De modo que su VOCACIÓN DE ESCRITOR va a ser comprado por muchos y va a hacer bien a muchísima gente: primero a los que la tienen; y mucho más bien a los que no la tienen si los persuade de que no la tienen. Por de pronto comenzó por hacérmelo a mí, que me hallo en los dos casos a la vez. Porque me ha persuadido que no tengo vocación de novelista. Pero al mismo tiempo me ha puesto la pistola al pecho respecto a la otra cosa tremenda, la vocación de macaneador periodístico en general.
Su libro es un libro serio. Le dice a uno con una severidad teológica, con la severidad implacable del ejemplo, a uno que yo conozco que quería ser un elegante gentleman writer –le dice a uno con la perentoriedad del papá de muchachas casaderas, que hay que casarse o hay que dejarse de afilar. Que se trata de una vocación, es decir, de una cosa seria.
Su libro trivial y fino, su libro vagabundo y anecdótico, su libro amable y chistoso, me ha hecho el efecto de un cañonazo, me ha recordado demasiado fuertemente que esa liviana vocación de escritor que tenemos todos los argentinos, lejos de ser una especie de privilegio de caburé, puede ser en los designios arcanos y juguetones de la Providencia el único medio posible y practicable de salvar mi pijotera alma. Porque detrás de sus anécdotas está su alma. Y un alma es un explosivo.
Porque esa lucha tenaz y constante, esa perseverancia, ese tesón invencible, ese sacrificio de diversiones y aun de actividades lícitas, esa paciencia retornadora, esa humildad para romper y borrar, ese oculto ascetismo despiadado en aras de la obra por nacer, que usted egoístamente pretende adjudicar al sólo novelista es de todo escritor; aun del filósofo, aun del historiador, aun del escritor de ensayos volanderos, si tienen el santo orgullo del buen obrero.
Y aun a veces esa lucha acezante en medio de la noche, de Jacob contra el ángel invisible. Las luchas del espíritu son más brutales que una batalla de hombres. Y está escrito que solamente a través de la lucha espiritual podemos entrar en el Reino. “Porque el Reino de los Cielos padece violencia y sólo los peleadores lo conquistan*”.

Buenos Aires, 1945.


* Esta es la exégesis vulgar del versículo de Mateo XI, 12: “Regnum coelorum vim pátitur et violenti rapiunt illud”: la exégesis verdadera es otra.
Pero de todos modos este sentido es también verdad.